LA PATÉTICA EXHORTACIÓN DIABÓLICA "AMORIS LAETITIA" DE FRANCISCO, EL DESTRUCTOR DE LA IGLESIA CATÓLICA, SU DOCTRINA Y SU MORAL.
Francisco, como Benedicto XVI hace las "señas satánicas".
El judío alemán del Priorato de Praga Benedicto XVI
Ante la pasividad, silencio de complicidad, cobardía, apatía y negligencia de cardenales, obispos y sacerdotes mexicanos, en otras Naciones surgen heroicos y valerosos "FIELES" que denuncian y acusan al Falso Papa Francisco, siervo de los rabinos de la 'Sinagoga de Satanás' desde Buenos Aires Argentina. Blasfemo, hereje, apóstata, engreído, pervertido y elegido por Satanás entre todos los obispos, es denunciado por los hijos de Dios que sí defienden la Iglesia Católica fundada por su Redentor y Señor Jesucristo. Los rabinos siguen con su envidia, ira, vanidad, prepotencia, ceguera y deseos de manipular, diezmar y cometer los más grandes genocidios en su afán de llevar pronto a Maitreya a ocupar la Silla de Pedro, el Devastador Anticristo profetizado por Daniel (Caps. 7 a 12), quien ha de liderar el Gobierno Mundial (del Nuevo Orden Mundial) y la iglesia ecuménica, sincrética, sin Dios ni Sacramentos, auspiciadas ambas plataformas por el 'ecumenismo infernal' y la Organización de las Naciones Unidas y la Comunidad Económica Europea financiadas por los judíos illuminati, la facción diabólica opuesta a los buenos judíos que buscan de verdad al Mesías, quien vendrá después del gobierno de Maitreya de 3.5 años.
Qué hace Francisco con la Doctrina, los Fundamentos y la Moral de la Iglesia? La pisotea y los Jerarcas y Sacerdotes, seguirán cobardes y mudos?
19 de septiembre,
2016
Fiesta de san Jenaro en el mes de Nuestra Señora de los
Dolores
Su Santidad:
El siguiente
relato, escrito desesperadamente como miembros del laicado, es lo que llamamos
una acusación de su pontificado, el cual ha sido una calamidad para la Iglesia,
en igual proporción que lo que ha deslumbrado a los poderes de este mundo. El
evento culminante que nos impulsó a dar este paso fue la revelación de su carta
“confidencial” a los obispos de Buenos Aires autorizándolos, únicamente en base
a sus propias ideas expresadas en Amoris Laetitia, a
admitir a ciertos adúlteros públicos en “segundas nupcias” a los sacramentos de
la confesión y la sagrada comunión sin un firme propósito de enmendar sus vidas
abandonando las relaciones sexuales adúlteras.
De esta manera usted ha desafiado las propias palabras de Nuestro Señor quien condenó el divorcio seguido por nupcias posteriores como adulterio per se sin excepción, la advertencia de san Pablo sobre el castigo divino para quienes reciban indignamente el sagrado sacramento, la enseñanza de sus dos predecesores inmediatos alineados con la doctrina moral y disciplina eucarística de la Iglesia basadas en la revelación divina, el Código de Derecho Canónico y toda la tradición.
De esta manera usted ha desafiado las propias palabras de Nuestro Señor quien condenó el divorcio seguido por nupcias posteriores como adulterio per se sin excepción, la advertencia de san Pablo sobre el castigo divino para quienes reciban indignamente el sagrado sacramento, la enseñanza de sus dos predecesores inmediatos alineados con la doctrina moral y disciplina eucarística de la Iglesia basadas en la revelación divina, el Código de Derecho Canónico y toda la tradición.
Usted ya ha
provocado una fractura en la disciplina universal de la Iglesia, donde algunos
obispos la mantienen a pesar de Amoris
Laetitia mientras que otros,
incluyendo aquellos en Buenos Aires, están anunciando un cambio basados
únicamente en la autoridad de su escandalosa “exhortación apostólica.” Jamás
había sucedido algo así en la historia de la Iglesia.
Y sin embargo, los miembros conservadores de la jerarquía casi sin excepción, conservan un silencio político mientras que los liberales exultan públicamente su triunfo gracias a usted. En la jerarquía, casi ninguno se opone a su imprudente desprecio de la sana doctrina y su práctica, si bien muchos murmuran en privado contra sus depredaciones. Por lo tanto, así como ocurrió durante la crisis arriana, queda en manos de los laicos defender la fe en medio de un abandono casi total del deber por parte de la jerarquía.
Si bien no somos nada en el gran esquema de las cosas, como miembros bautizados del cuerpo místico poseemos el derecho otorgado por Dios, con su consiguiente deber establecido en la ley de la Iglesia (cf. CIC can. 212), de comunicarnos con usted y nuestros hermanos católicos por la grave crisis que su gobierno ha provocado en la Iglesia dentro del estado ya crónico de crisis eclesiástica resultante del concilio Vaticano II.
Dado que las súplicas privadas han resultado totalmente inútiles, tal como relatamos debajo, publicamos este documento para aliviar nuestro cargo de consciencia frente al gran daño que usted ha causado, y amenaza con causar, sobre las almas y el bien de la Iglesia, y para exhortar a nuestros hermanos católicos a oponerse a su continuo abuso del oficio papal, particularmente en cuanto a las enseñanzas infalibles de la Iglesia sobre el adulterio y la profanación de la sagrada comunión.
Al decidir publicar este documento, nos guiamos por la enseñanza del doctor angélico sobre un caso de justicia natural dentro de la Iglesia:
Y sin embargo, los miembros conservadores de la jerarquía casi sin excepción, conservan un silencio político mientras que los liberales exultan públicamente su triunfo gracias a usted. En la jerarquía, casi ninguno se opone a su imprudente desprecio de la sana doctrina y su práctica, si bien muchos murmuran en privado contra sus depredaciones. Por lo tanto, así como ocurrió durante la crisis arriana, queda en manos de los laicos defender la fe en medio de un abandono casi total del deber por parte de la jerarquía.
Si bien no somos nada en el gran esquema de las cosas, como miembros bautizados del cuerpo místico poseemos el derecho otorgado por Dios, con su consiguiente deber establecido en la ley de la Iglesia (cf. CIC can. 212), de comunicarnos con usted y nuestros hermanos católicos por la grave crisis que su gobierno ha provocado en la Iglesia dentro del estado ya crónico de crisis eclesiástica resultante del concilio Vaticano II.
Dado que las súplicas privadas han resultado totalmente inútiles, tal como relatamos debajo, publicamos este documento para aliviar nuestro cargo de consciencia frente al gran daño que usted ha causado, y amenaza con causar, sobre las almas y el bien de la Iglesia, y para exhortar a nuestros hermanos católicos a oponerse a su continuo abuso del oficio papal, particularmente en cuanto a las enseñanzas infalibles de la Iglesia sobre el adulterio y la profanación de la sagrada comunión.
Al decidir publicar este documento, nos guiamos por la enseñanza del doctor angélico sobre un caso de justicia natural dentro de la Iglesia:
Hay que tener en cuenta, no obstante, que en el caso de que amenazare un peligro para la fe, los superiores deberían ser reprendidos incluso públicamente por sus súbditos. Por eso san Pablo, siendo súbdito de san Pedro, le reprendió en público a causa del peligro inminente de escándalo en la fe. Y como dice la Glosa de san Agustín: “Pedro mismo dio a los mayores ejemplo de que, en el caso de apartarse del camino recto, no desdeñen verse corregidos hasta por los inferiores.” [Summa Theologiae, II-II, Q. 33, Art 4]
También nos
guiamos por la enseñanza de san Roberto Belarmino, doctor de la Iglesia,
respecto a la Resistencia lícita de un romano pontífice descarriado:
Así como es lícito resistir al Pontífice que ataca al cuerpo, es también lícito resistir al Papa, que ataca a las almas o que perturba el orden civil, y, a fortiori, al Papa que intenta destruir la Iglesia. Yo digo que es lícito resistirle no haciendo lo que él ordena e impidiendo la ejecución de su voluntad… [De Controversiis sobre el Romano Pontífice, libro 2, Cap. 29].
Los católicos de
todo el mundo, y no sólo los “tradicionalistas”, están convencidos que la
situación imaginada por Belarmino es hoy una realidad. Esa convicción es el
motivo de este documento.
Que Dios sea el juez de la rectitud de nuestras intenciones.
Christopher A. Ferrara
Columnista Jefe, The Remnant
Michael J. Matt
Editor, The Remnant
John Vennari
Editor, Catholic Family News
Que Dios sea el juez de la rectitud de nuestras intenciones.
Christopher A. Ferrara
Columnista Jefe, The Remnant
Michael J. Matt
Editor, The Remnant
John Vennari
Editor, Catholic Family News
LIBRO DE ACUSACIÓN
Por la gracia de
Dios y la ley de la Iglesia, una denuncia contra Francisco, Romano Pontífice,
por el peligro a la fe y el gran daño a las almas y al bien común de la santa
Iglesia católica.
¿Qué clase de humildad es esta?
En la noche de su
elección, al hablar desde el balcón de la Basílica de San Pedro, usted declaró:
“el deber del cónclave es dar un obispo
a Roma.” Si bien el público frente a
usted provenía de todo el mundo, como miembros de la Iglesia universal, usted
sólo dio las gracias porque “la
comunidad diocesana de Roma tiene a su
obispo.” También expresó su deseo que “este camino de Iglesia, que hoy
comenzamos” resulte “fructífero para la
evangelización de esta ciudad tan bella.” Pidió a los fieles presentes en la Plaza de San
Pedro que oren, no por el Papa, sino “por su obispo” y
usted dijo que al día siguiente iría “a rezar a la Virgen para que custodie a
toda Roma.”
Sus comentarios extraños en aquella ocasión histórica comenzaron con la banal exclamación “¡Hermanos y hermanas, buenas noches!” y terminaron con una intención igualmente banal: “Buenas noches y buen descanso”. Ni una vez, durante su primer discurso, se refirió a sí mismo como Papa ni se refirió a la dignidad suprema del oficio para el cual había sido elegido: el del Vicario de Cristo, cuyo mandato divino es enseñar, gobernar y santificar la Iglesia universal y liderar su misión, la de hacer discípulos a todas las naciones.
Casi desde el momento de su elección comenzó una especial campaña interminable de relaciones públicas cuya temática fue su singular humildad frente a los demás Papas, un simple “Obispo de Roma” en contraste a las supuestas pretensiones monárquicas de sus predecesores y sus elaboradas vestimentas y zapatos rojos que usted rechazó. Usted dio indicaciones tempranas de una descentralización radical de la autoridad papal en favor de una “Iglesia sinodal” tomando el ejemplo de la visión ortodoxa del “significado de la colegialidad episcopal y su experiencia de sinodalidad”. Los exultantes medios de comunicación aclamaron inmediatamente “la revolución de Francisco.”
Sus comentarios extraños en aquella ocasión histórica comenzaron con la banal exclamación “¡Hermanos y hermanas, buenas noches!” y terminaron con una intención igualmente banal: “Buenas noches y buen descanso”. Ni una vez, durante su primer discurso, se refirió a sí mismo como Papa ni se refirió a la dignidad suprema del oficio para el cual había sido elegido: el del Vicario de Cristo, cuyo mandato divino es enseñar, gobernar y santificar la Iglesia universal y liderar su misión, la de hacer discípulos a todas las naciones.
Casi desde el momento de su elección comenzó una especial campaña interminable de relaciones públicas cuya temática fue su singular humildad frente a los demás Papas, un simple “Obispo de Roma” en contraste a las supuestas pretensiones monárquicas de sus predecesores y sus elaboradas vestimentas y zapatos rojos que usted rechazó. Usted dio indicaciones tempranas de una descentralización radical de la autoridad papal en favor de una “Iglesia sinodal” tomando el ejemplo de la visión ortodoxa del “significado de la colegialidad episcopal y su experiencia de sinodalidad”. Los exultantes medios de comunicación aclamaron inmediatamente “la revolución de Francisco.”
Sin embargo esta
ostentosa demostración de humildad ha sido acompañada por un abuso de poder del
oficio papal, sin precedentes en la historia de la Iglesia. Durante los últimos
tres años y medio usted ha promovido incesantemente sus propias opiniones y
deseos, sin el más mínimo respecto o consideración por la enseñanza de sus
predecesores, las tradiciones milenarias de la Iglesia, o los enormes escándalos
que usted ha causado. En incontables ocasiones, usted ha conmocionado y
confundido a los fieles y ha alegrado a los enemigos de la Iglesia con afirmaciones heterodoxas incluso sin
sentido, mientras apilaba insulto tras insulto sobre los católicos practicantes, a quienes ridiculiza
continuamente como fariseos actuales y “rigoristas.” Su comportamiento personal
se ha rebajado frecuentemente en actos y payasadas para quedar bien con el
público.
Usted ha ignorado consistentemente la beneficiosa advertencia de su predecesor inmediato, quien renunció bajo circunstancias misteriosas ocho años después de haber pedido a los obispos reunidos con él al comienzo de su pontificado “rogad por mí, para que, por miedo no huya ante los lobos.” Para citar a su predecesor en su primera homilía como Papa:
Usted ha ignorado consistentemente la beneficiosa advertencia de su predecesor inmediato, quien renunció bajo circunstancias misteriosas ocho años después de haber pedido a los obispos reunidos con él al comienzo de su pontificado “rogad por mí, para que, por miedo no huya ante los lobos.” Para citar a su predecesor en su primera homilía como Papa:
El Papa no es un monarca absoluto cuya voluntad sea
ley, sino el custodio de la tradición
auténtica y, con ello, el primer garante de la obediencia. Él no puede hacer lo que quiera, y por eso puede
también oponerse a quienes quieren hacer lo que se les ocurre. Su ley no es la
arbitrariedad, sino la obediencia de la fe.
Una intromisión selectiva en la política,
siempre políticamente correcto
Durante su puesto
como “Obispo de Roma” usted ha mostrado escaso respeto por las limitaciones de
la autoridad papal y su competencia. Se ha entrometido en asuntos políticos
tales como las políticas inmigratorias, la ley penal, el medioambiente, la
restauración de las relaciones diplomáticas entre los Estados Unidos y Cuba
(ignorando la lucha de los católicos bajo la dictadura de Castro) e incluso
oponiéndose al movimiento independentista de Escocia. Sin embargo, se niega a oponerse a los gobiernos
secularistas cuando desafían la ley divina y natural con medidas tales como la
legalización de las “uniones homosexuales”, una cuestión de derecho divino y
natural en la cual un Papa puede y debe intervenir.
De hecho, sus numerosas acusaciones a los males sociales—todos ellos políticamente seguros—contradicen sus propias acciones, las cuales comprometen a la Iglesia como testigo contra los diversos errores de la modernidad:
De hecho, sus numerosas acusaciones a los males sociales—todos ellos políticamente seguros—contradicen sus propias acciones, las cuales comprometen a la Iglesia como testigo contra los diversos errores de la modernidad:
Contrario a la
enseñanza inmutable de la Iglesia basada en la Revelación, usted demanda
la abolición total global de la pena de muerte, sin importar la gravedad del crimen, e incluso
la abolición de las sentencias de
muerte, y sin embargo usted jamás ha
hecho un llamamiento a la abolición del aborto legalizado, el que ha sido
condenado constantemente por la Iglesia como asesinato masivo de
inocentes.
Usted declara que un simple fiel peca gravemente si no recicla los desechos de su hogar o no apaga las luces innecesarias, y al mismo tiempo usted gasta millones de dólares en eventos masivos vulgares centrados en su persona, en países a los que viaja con grandes comitivas en aeronaves alquiladas que despiden vastas cantidades de dióxido de carbono en la atmósfera.
Usted demanda fronteras abiertas en Europa para los “refugiados” musulmanes, que son predominantemente hombres en edad militar, mientras que usted vive tras los muros de la ciudad del Vaticano que excluye estrictamente a los no residentes—muros construidos por León IV para prevenir el segundo saqueo musulmán de Roma.
Usted habla incesantemente de los pobres y las “periferias” de la sociedad pero se alía con la jerarquía rica y corrupta de Alemania y con celebridades y potentados del globalismo que están a favor del aborto, la anticoncepción y la homosexualidad.
Usted desprecia las ambiciones de ganancia de las corporaciones y “la economía que mata” mientras honra en sus audiencias privadas y recibe generosas donaciones de los tecnócratas y líderes de corporaciones más importantes del mundo, permitiéndole incluso a Porsche alquilar la Capilla Sixtina para un “concierto magnífico…organizado exclusivamente para los participantes” que pagaron $6.000 cada uno por un tour de Roma—la primera vez que un Papa permite que este espacio sagrado se utilice para un evento corporativo.
Usted demanda el fin de la “desigualdad” mientras abraza dictadores comunistas y socialistas que viven lujosamente mientras las masas sufren bajo sus yugos.
Usted condena a un candidato para la presidencia norteamericana como “no cristiano” porque busca prevenir la inmigración ilegal, pero no dice nada contra los dictadores ateos a los que usted abraza, que han cometido asesinatos masivos, persiguieron a la Iglesia y encarcelaron cristianos en estados policiales.
Usted declara que un simple fiel peca gravemente si no recicla los desechos de su hogar o no apaga las luces innecesarias, y al mismo tiempo usted gasta millones de dólares en eventos masivos vulgares centrados en su persona, en países a los que viaja con grandes comitivas en aeronaves alquiladas que despiden vastas cantidades de dióxido de carbono en la atmósfera.
Usted demanda fronteras abiertas en Europa para los “refugiados” musulmanes, que son predominantemente hombres en edad militar, mientras que usted vive tras los muros de la ciudad del Vaticano que excluye estrictamente a los no residentes—muros construidos por León IV para prevenir el segundo saqueo musulmán de Roma.
Usted habla incesantemente de los pobres y las “periferias” de la sociedad pero se alía con la jerarquía rica y corrupta de Alemania y con celebridades y potentados del globalismo que están a favor del aborto, la anticoncepción y la homosexualidad.
Usted desprecia las ambiciones de ganancia de las corporaciones y “la economía que mata” mientras honra en sus audiencias privadas y recibe generosas donaciones de los tecnócratas y líderes de corporaciones más importantes del mundo, permitiéndole incluso a Porsche alquilar la Capilla Sixtina para un “concierto magnífico…organizado exclusivamente para los participantes” que pagaron $6.000 cada uno por un tour de Roma—la primera vez que un Papa permite que este espacio sagrado se utilice para un evento corporativo.
Usted demanda el fin de la “desigualdad” mientras abraza dictadores comunistas y socialistas que viven lujosamente mientras las masas sufren bajo sus yugos.
Usted condena a un candidato para la presidencia norteamericana como “no cristiano” porque busca prevenir la inmigración ilegal, pero no dice nada contra los dictadores ateos a los que usted abraza, que han cometido asesinatos masivos, persiguieron a la Iglesia y encarcelaron cristianos en estados policiales.
Al promover su
opinión personal sobre la política y las políticas públicas como si fueran
doctrina católica, usted no ha dudado en abusar incluso de la dignidad de
una encíclica papal, usándola para respaldar declaraciones científicas
debatibles e incluso demostrablemente fraudulentas respecto al “cambio
climático”, “el ciclo de carbono”, “la contaminación de dióxido de carbono” y la
“acidificación de los océanos”. El mismo documento demanda también que los
fieles respondan a una supuesta “crisis ecológica” apoyando programas
medioambientales seculares tales como los Objetivos de Desarrollo Sostenible de
Naciones Unidas, que usted ha elogiado,
si bien llaman a un “acceso
universal a la salud sexual y reproductiva”, refiriéndose a la anticoncepción y
el aborto.
Un indiferentismo rampante
Si bien
difícilmente sea un pionero respecto a las novedades post-conciliares
destructivas como el “ecumenismo” y el “diálogo inter-religioso”, usted ha
promovido en un grado no visto ni siquiera en los peores años de la crisis
post-conciliar un indiferentismo religioso específico que prácticamente deja de
lado la misión de la Iglesia como arca de salvación.
Respecto a los protestantes, usted declara que todos ellos son miembros de la misma “Iglesia de Cristo” como católicos, sin importar sus creencias, y que las diferencias doctrinales entre católicos y protestantes son, comparativamente, asuntos triviales a ser acordados entre teólogos.
Siguiendo esa opinión, usted ha desalentado la conversión de los protestantes, incluyendo el “obispo” Tony Palmer, quien pertenecía a una secta anglicana que pretende ordenar mujeres. Tal como comentó Palmer, cuando habló de “volver a casa a la Iglesia Católica” usted le dio una respuesta espantosa: “Nadie vuelve a casa. Ustedes viajan hacia nosotros y nosotros hacia ustedes, y nos encontraremos en el medio.” ¿En el medio de qué? Al poco tiempo, Palmer murió en un accidente de motocicleta. Sin embargo, por su insistencia, el hombre cuya conversión usted impidió deliberadamente fue enterrado como obispo católico—una burla, contraria a la enseñanza inmutable de su predecesor que sostiene que “las ordenaciones realizadas con el rito anglicano son nulas e inválidas.” [León XIII, Apostolicae curae (1896), DZ 3315]
Respecto a las demás religiones en general, usted ha adoptado como programa virtual el mismo error condenado por el papa Pío XI tan solo 34 años antes del Vaticano II: “la falsa opinión de los que piensan que todas las religiones son, con poca diferencia, buenas y laudables, pues, aunque de distinto modo, todas nos demuestran y significan igualmente el ingénito y nativo sentimiento con que somos llevados hacia Dios y reconocemos obedientemente su imperio.” Usted ha ignorado completamente la advertencia de Pío XI que dice que “cuantos se adhieren a tales opiniones y tentativas, se apartan totalmente de la religión revelada por Dios”. Al respecto, usted ha sugerido incluso que hasta los ateos pueden salvarse meramente haciendo el bien, provocando de esta manera el aplauso de los medios de comunicación masiva.
Pareciera que en su visión, la tesis herética de Rahner sobre el “cristiano anónimo” que abraza virtualmente a toda la humanidad suponiendo la salvación universal ha reemplazado definitivamente la enseñanza de Nuestro Señor al contrario: “Quien creyere y fuere bautizado, será salvo; más, quien no creyere, será condenado (Mc 16 16).”
Respecto a los protestantes, usted declara que todos ellos son miembros de la misma “Iglesia de Cristo” como católicos, sin importar sus creencias, y que las diferencias doctrinales entre católicos y protestantes son, comparativamente, asuntos triviales a ser acordados entre teólogos.
Siguiendo esa opinión, usted ha desalentado la conversión de los protestantes, incluyendo el “obispo” Tony Palmer, quien pertenecía a una secta anglicana que pretende ordenar mujeres. Tal como comentó Palmer, cuando habló de “volver a casa a la Iglesia Católica” usted le dio una respuesta espantosa: “Nadie vuelve a casa. Ustedes viajan hacia nosotros y nosotros hacia ustedes, y nos encontraremos en el medio.” ¿En el medio de qué? Al poco tiempo, Palmer murió en un accidente de motocicleta. Sin embargo, por su insistencia, el hombre cuya conversión usted impidió deliberadamente fue enterrado como obispo católico—una burla, contraria a la enseñanza inmutable de su predecesor que sostiene que “las ordenaciones realizadas con el rito anglicano son nulas e inválidas.” [León XIII, Apostolicae curae (1896), DZ 3315]
Respecto a las demás religiones en general, usted ha adoptado como programa virtual el mismo error condenado por el papa Pío XI tan solo 34 años antes del Vaticano II: “la falsa opinión de los que piensan que todas las religiones son, con poca diferencia, buenas y laudables, pues, aunque de distinto modo, todas nos demuestran y significan igualmente el ingénito y nativo sentimiento con que somos llevados hacia Dios y reconocemos obedientemente su imperio.” Usted ha ignorado completamente la advertencia de Pío XI que dice que “cuantos se adhieren a tales opiniones y tentativas, se apartan totalmente de la religión revelada por Dios”. Al respecto, usted ha sugerido incluso que hasta los ateos pueden salvarse meramente haciendo el bien, provocando de esta manera el aplauso de los medios de comunicación masiva.
Pareciera que en su visión, la tesis herética de Rahner sobre el “cristiano anónimo” que abraza virtualmente a toda la humanidad suponiendo la salvación universal ha reemplazado definitivamente la enseñanza de Nuestro Señor al contrario: “Quien creyere y fuere bautizado, será salvo; más, quien no creyere, será condenado (Mc 16 16).”
Un absurdo lavado de la imagen del islam
Asumiendo el rol de exégeta del Corán para liberar de culpa el culto de
Mohammed y su ininterrumpida conexión histórica con la conquista y la
persecución brutal de cristianos, usted declara: “Frente a episodios de
fundamentalismo violento que nos inquietan, el afecto hacia los verdaderos
creyentes del islam debe llevarnos a evitar odiosas generalizaciones, porque el
verdadero islam y una adecuada interpretación del Corán se oponen a toda
violencia.” [Evangelii gaudium, 253]
Usted ignora la historia de la guerra islámica contra el cristianismo, que
continúa hasta el día de hoy, así como los códigos legales bárbaros del tiempo
actual y la persecución de cristianos en las repúblicas islámicas, incluyendo
Afganistán, Irán, Malasia, Maldivas, Mauritania, Nigeria, Pakistán, Qatar,
Arabia Saudita, Somalia, Sudán, Emiratos Árabes y Yemen. Estos son regímenes de
opresión intrínseca a la ley de la sharía, que los musulmanes consideran una
orden de Alá para el mundo entero y que ellos intentan establecer donde sea que
obtienen un porcentaje de población significativo. Sin embargo, para usted, ¡las
repúblicas musulmanas carecen de una comprensión “auténtica” del Corán!
Usted incluso intenta minimizar el terrorismo islámico en Oriente Medio,
África y el corazón mismo de Europa, osando proponer una equivalencia moral
entre los fanáticos musulmanes que libran la yihad—como lo han hecho
desde el surgimiento del islam—y el “fundamentalismo” imaginario de católicos
practicantes que usted nunca deja de condenar e insultar públicamente. Durante
una de sus palabrerías en conferencia de prensa durante un vuelo, en las que
frecuentemente avergüenza a la Iglesia y socava la doctrina católica, usted
pronunció esta
infame opinión, típica de su absurda insistencia con que la religión fundada
por el Dios encarnado y el violento culto perenne fundado por el degenerado
Mohammed se encuentran en igualdad moral:
No me gusta hablar de violencia islámica, porque todos los días
cuando leo los diarios, veo violencia, aquí en Italia, alguien que mata a la
novia, otro que mata a la suegra. Y estos son católicos bautizados, son
católicos violentos. Si yo hablo de violencia islámica, debo hablar de violencia
católica…creo que en casi todas las religiones hay un pequeño grupo
fundamentalista Nosotros lo tenemos. Cuando el fundamentalismo llega a
matar, también se puede matar con la lengua -esto lo dice el apóstol Santiago- y
también con el cuchillo. Creo que no es justo identificar al islam con la
violencia.
Es de no creer que un Romano Pontífice declare que unos actos de violencia
aleatorios cometidos por católicos, y sus meras palabras, sean un
equivalente moral de la campaña mundial de actos terroristas del islamismo
radical, el asesinato masivo, la tortura, la esclavitud y la violación en nombre
de Alá. Parece que usted es más rápido para defender el culto ridículo y asesino
de Mohammed contra sus oponentes que a la verdadera Iglesia contra sus
innumerables acusadores falsos. Quedó lejos de su pensamiento la visión
inmutable de la Iglesia sobre el islam, expresada por el papa Pío XI en su Acto
de Consagración del género humano al Sagrado Corazón: “Sé Rey de los que aún
siguen envueltos en las tinieblas de la idolatría o del islamismo. A
todos dígnate atraerlos a la luz de tu Reino.”
Un “sueño” reformador, protegido por un puño de acero
En definitiva, usted parece estar afectado por una manía reformadora que no
conoce límites a su “sueño” de cómo debiera ser la Iglesia. Como declara en su
manifiesto papal sin precedentes, Evangelii gaudium (nn. 27, 49):
Sueño con una “opción misionera” capaz de transformarlo todo, para
que las costumbres, los estilos, los horarios, el lenguaje y toda estructura
eclesial se convierta en un cauce adecuado para la evangelización del mundo
actual más que para la autopreservación…Más que el temor a
equivocarnos, espero que nos mueva el temor a encerrarnos en las estructuras
que nos dan una falsa contención, en las normas que nos vuelven jueces
implacables, en las costumbres donde nos sentimos tranquilos, mientras
afuera hay una multitud hambrienta y Jesús nos repite sin cansarse:
«¡Dadles vosotros de comer!» (Mc 6,37)
Por increíble que parezca, usted profesa que las “estructuras” y “reglas”
inmemoriales de la santa Iglesia católica infligían un hambre cruel y muerte
espiritual antes de que usted llegara de Buenos Aires, y que ahora usted desea
cambiar literalmente todo en la Iglesia para hacerla más misericordiosa. ¿Cómo
debieran ver esto los fieles, sino como una terrorífica megalomanía? Usted
declara incluso que en su opinión la evangelización no debe estar limitada por
miedo a la autopreservación de la Iglesia—¡como si de alguna manera ambas cosas
estuvieran contrapuestas!
Su diáfano sueño de reformar todo está acompañado por un puño de acero que
aplasta cualquier intento de restaurar la viña devastada durante medio siglo de
reformas “imprudentes”. Según lo revelado en su manifiesto (Evangelii
gaudium, 94), usted está lleno de desprecio por los católicos
tradicionalistas, a quienes acusa precipitadamente de “ensimismados Prometeo
neopelagianos” que se “sienten superiores a los demás porque ellos observan
ciertas reglas o se mantienen intransigentemente fieles a un estilo particular
de catolicismo del pasado.”
Usted ridiculiza incluso una “supuesta solidez doctrina o disciplina” porque,
en su opinión, “lleva en cambio a un elitismo narcisista y autoritario, en el
que en lugar de evangelizar, se analiza y clasifica a los demás…” Pero es usted
quien clasifica constantemente y analiza a otros con una
interminable sarta de términos peyorativos, caricaturas, insultos y
condenaciones de los católicos practicantes a quienes considera
insuficientemente receptivos al “Dios
de las sorpresas” que usted presentó durante el Sínodo.
De ahí su
brutal destrucción de los pujantes Frailes Franciscanos de la Inmaculada,
por su “tendencia definitivamente tradicionalista”. Esto fue seguido por su
decreto que establece que cualquier intento por erigir un nuevo instituto
diocesano para la vida consagrada (por ejemplo, para recibir a los desplazados
miembros de los Frailes) será nulo e inválido faltando previa “consulta” con la
Santa Sede (es decir, un permiso de facto que puede ser y será retenido
indefinidamente). Usted reduce así la inmutable autonomía de los obispos en sus
propias diócesis mientras predica una nueva etapa de “colegialidad” y
“sinodalidad”.
Al
apuntar contra los conventos de clausura, avanzó con medidas decretadas
para forzar la entrega de su autoridad local a federaciones gobernadas por
burócratas eclesiales, romper la rutina del claustro para “formarse” en el
exterior, el mandato de intrusión del laicado dentro del convento para la
adoración eucarística, la increíble descalificación de las mayorías electorales
del convento en caso de ser “ancianos”, y el requisito universal de nueve
años de “formación” antes de tomar los votos decisivos, cosa que
ciertamente sofocará las nuevas vocaciones y asegurará la extinción de muchos de
los claustros restantes.
¡Ayúdanos Señor!
Un incansable deseo de acomodar la inmoralidad sexual dentro de la
Iglesia
Pero nada supera la arrogancia y audacia con la que ha buscado imponer sobre
la Iglesia universal la misma práctica maligna que usted
autorizó como arzobispo de Buenos Aires: la administración sacrílega del
sagrado sacramento a personas viviendo en adulterio y “segundas nupcias” o que
conviven sin ni siquiera haberse casado por civil.
Casi
desde el momento de su elección usted ha promovido
la “propuesta Kasper”—rechazada
repetidamente por el Vaticano en la época de Juan Pablo II. El cardenal
Walter Kasper, un archi-liberal incluso para la jerarquía liberal alemana, hacía
tiempo había insistido para la admisión de los divorciados “vueltos a casar” a
la sagrada comunión en “ciertos casos” según el falso “camino penitencial” que
los habilitaría para recibir el sacramento mientras continúan con las relaciones
sexuales adúlteras. Kasper pertenecía al “grupo de San Galo” que hizo lobby
para su elección, y luego usted premió su persistencia en el error con ayuda
de la prensa que lo presentó felizmente como “el
teólogo del Papa.”
Usted comenzó a preparar el camino para su destructiva innovación recurriendo
a lo que solo podría llamarse un lanzamiento desenfrenado de eslóganes
demagógicos. Tal como declara su manifiesto (Evangelii gaudium, 47) en
noviembre de 2013: “La Eucaristía, si bien constituye la plenitud de la vida
sacramental, no es un premio para los perfectos sino un generoso remedio y
un alimento para los débiles. Estas convicciones también tienen
consecuencias pastorales que estamos llamados a considerar con prudencia y
audacia. A menudo nos comportamos como controladores de la gracia y no como
facilitadores.”
Este desvergonzado recurso a la emoción, parodia la digna recepción del
sagrado sacramento en estado de gracia como “un premio para los perfectos”
mientras insinúa sediciosamente que la Iglesia negó el alimento eucarístico a
“los débiles” durante demasiado tiempo. De ahí su acusación igualmente
demagógica que los ministros de la Iglesia han actuado cruelmente como
“controladores de la gracia y no como facilitadores” rechazando la sagrada
comunión a “los débiles” en oposición a “los perfectos”, y que usted debe
remediar esta injusticia con “valentía”.
Por supuesto que la sagrada comunión no es “alimento” o “medicina” para
obviar el pecado mortal. Al contrario, se sabe que recibirla en ese estado es
profanación que mata el alma y provoca la condenación: “De modo que
quien comiere el pan o bebiere el cáliz del Señor indignamente, será reo del
cuerpo y de la sangre del Señor. Pero pruébese cada uno a sí mismo, y así coma
del pan y beba del cáliz; porque el que come y bebe, no haciendo distinción del
Cuerpo (del Señor), come y bebe su propia condenación. (1 Cor. 11 27-29).”
Como sabe todo niño bien catequizado, la confesión es la medicina por la cual
el pecado mortal es remediado, mientras que la Eucaristía (asistida por el
recurso regular a la confesión) es el alimento espiritual para mantener e
incrementar el estado de gracia que procede de la absolución, para que nadie
caiga nuevamente en pecado mortal sino que crezca en comunión con Dios. Pero
parece que el mismo concepto de pecado mortal está ausente en sus documentos
formales, discursos, afirmaciones y pronunciamientos.
Sin dejar lugar a dudas sobre su plan, unos meses después, en el “consistorio
extraordinario de la familia”, planeó los eventos de tal manera que sólo el
cardenal Kasper fue el único orador oficial. Durante su
discurso de dos horas del 20 de febrero de 2014—el que usted deseó se
mantuviera en secreto pero fue filtrado
a la prensa italiana como un “secreto” y documento “exclusivo”—Kasper
presentó la demente propuesta de admitir a ciertos adúlteros públicos a la
sagrada comunión mientras aludía directamente a su eslogan: “Los sacramentos no
son un premio para quien se comporta bien y para una élite, excluyendo a
aquellos que más los necesitan [EG 47].” Desde entonces, usted no ha titubeado
en su determinación de institucionalizar en la Iglesia el grave abuso de la
Eucaristía que había permitido en Buenos Aires.
Al respecto, parece que usted tiene poco respeto por el matrimonio
sacramental como hecho objetivo en oposición a lo que la gente siente
subjetivamente sobre el estatus de las relaciones inmorales que la Iglesia jamás
puede reconocer como matrimonio. En comentarios que
por sí solos desacreditarán su extraño pontificado
hasta el fin de los tiempos, usted declara que “la gran mayoría de matrimonios
católicos son nulos” mientras que algunas personas que conviven sin haberse
casado pueden tener un “matrimonio verdadero” debido a su “fidelidad”. ¿Acaso
estos comentarios reflejan la situación de su hermana
divorciada “vuelta a casar” y de su sobrino que convive?
Esta opinión, que un reconocido canonista llamó “absurda”,
provocó una protesta por parte de los fieles del mundo entero. En un esfuerzo
por minimizar el escándalo, la “transcripción oficial” del Vaticano cambió sus
palabras “la gran mayoría de nuestros matrimonios sacramentales” por “una parte
de nuestros matrimonios sacramentales” pero dejó intacta su aprobación de la
cohabitación inmoral como “matrimonio verdadero”.
Tampoco parece usted preocupado con el sacrilegio involucrado en la recepción
del Cuerpo, Sangre y Divinidad de Jesucristo en la sagrada Eucaristía por parte
de los adúlteros públicos y los que conviven. Tal como le dijo a la mujer
argentina a la que dio “permiso” telefónico para comulgar mientras vive en
adulterio con un hombre divorciado: “un
poco de pan y vino no hacen daño.” Usted jamás ha negado los dichos de esta
mujer, y son consistentes con su
rechazo a arrodillarse durante la consagración o frente a la exposición del
Santísimo Sacramento mientras que no tiene dificultad para arrodillarse
a besar los pies de los musulmanes durante su grotesca parodia del
mandato tradicional del Jueves Santo, que usted abandonó. También se
alinean con sus
comentarios a la mujer luterana en la iglesia luterana a la que asistió un
domingo, que el dogma de la transubstanciación es una mera “interpretación”, que
la “vida es más grande que las explicaciones e interpretaciones” y que ella
debería “hablar con el Señor” para saber si debiera recibir la comunión en la
Iglesia católica—cosa que luego hizo gracias a su evidente apoyo.
Su precipitada y secreta “reforma” del proceso de nulidades está alineada con
su escasa consideración del matrimonio sacramental, dado que la impuso sobre la
Iglesia sin consultar a ninguno de los dicasterios competentes del Vaticano. Su
motu proprio Mitis
Iudex Dominus Iesus establece el marco para una verdadera fábrica de
nulidades a nivel mundial, con una “vía rápida” y una nueva base nebulosa de
procedimientos para la nulidad acelerada. Tal como explicó
luego el jefe de esta reforma tramada de forma clandestina, su intención
expresa es promover entre los obispos “una ‘conversión’, un cambio de mentalidad
que los convenza y sostenga en el seguimiento de Cristo, presente en su hermano,
el Obispo de Roma, del número restringido de unos pocos miles de anulaciones
al inconmensurable [número] de desafortunados que podría tener una
declaración de nulidad …”
¡Así, “el obispo de Roma” demanda de sus hermanos obispos un vasto incremento
en el número de nulidades! Un distinguido periodista católico reportó
luego la aparición de un dossier de siete páginas en el que oficiales de la
curia “‘desacreditaron’ jurídicamente el motu proprio del Papa… acusan
al Santo Padre de desechar un dogma importante, y aseveran que ha introducido el
‘divorcio católico’ de facto.” Estos oficiales condenaron lo que el
reportero llama “un ‘Führerprinzip’ eclesial, ordenando de arriba hacia abajo,
por decreto y sin ninguna consulta o control.” Los mismos oficiales temen que
“el motu proprio provoque una avalancha de nulidades y que de
ahora en más, las parejas puedan abandonar sus matrimonies católicos sin
problemas.” Se sienten “‘fuera de sí’ y obligados a ‘alzar la voz’…”
Pero usted no es más que consistente en la persecución de sus objetivos. Al
comienzo de su pontificado, durante
una de las conferencias de prensa en un vuelo en la que reveló por primera
vez sus planes, usted dijo: “los ortodoxos siguen lo que ellos llaman la
teología de la economía y dan una segunda posibilidad [de matrimonio], lo
permiten. Creo que este problema debe estudiarse.” Para usted, la falta
de una “segunda oportunidad de matrimonio” en la Iglesia católica es un
problema a ser estudiado. Claramente, usted ha pasado los últimos tres años
y medio planeando imponer en la Iglesia algo que se aproxima a la práctica
ortodoxa.
Un distinguido canonista, consultor de la Signatura Apostólica ha
advertido que como resultado de su descuida falta de consideración de la
realidad del matrimonio sacramental:
“Se está desarrollando una crisis (en el sentido griego de la palabra) en la
Iglesia, sobre el matrimonio, y es una crisis que, considero, alcanzará un punto
crítico sobre la disciplina y ley matrimoniales…. Creo que la crisis del
matrimonio que él [Francisco] está provocando culminará en si
la enseñanza de la Iglesia sobre el matrimonio, que todos dicen honrar, será
protegida concreta y efectivamente en la ley de la Iglesia, o si las categorías
canónicas sobre la doctrina del matrimonio se distorsionarán (o simplemente
dejarán de considerarse) para abandonar esencialmente el matrimonio
y la vida matrimonial en el reino de la opinión personal y la consciencia
individual”.
Amoris Laetitia: El verdadero motivo para la farsa del
sínodo
Dicha crisis alcanzo su punto más álgido luego de la conclusión de su
desastroso “Sínodo de la Familia”. Si bien usted manipuló el evento de principio
a fin para conseguir el resultado que deseaba—la sagrada comunión para los
adúlteros públicos en “ciertos casos”—no alcanzó sus expectativas gracias a la
oposición de los padres sinodales conservadores que usted mismo denunció
demagógicamente por sus “corazones cerrados, que a menudo se esconden
incluso detrás de las enseñanzas de la Iglesia o detrás de las buenas
intenciones para sentarse en la cátedra de Moisés y juzgar, a veces con
superioridad y superficialidad, los casos difíciles y las familias heridas.”
En un abuso brutal de la retórica, usted equiparó a sus oponentes episcopales
ortodoxos con los fariseos que practicaban el divorcio con subsiguientes
matrimonios según la dispensa mosaica. Estos eran los mismos obispos que
defendieron la enseñanza de Jesús contra los fariseos—¡y sus propios
planes! Ciertamente, usted parece intentar revivir la aceptación farisaica del
divorcio por medio de una “práctica
neo-mosaica.” Un periodista católico de renombre, conocido por su enfoque
moderado sobre los asuntos de la Iglesia, criticó
su comportamiento reprensible: “Que un Papa critique a quienes permanecen
fieles a la tradición y los caracterice como inmisericordes alineándolos con los
fariseos duros de corazón contra el misericordioso Jesús, es extraño.”
Al final, el “viaje sinodal” que usted elogió fue revelado nada más y nada
menos que como una farsa para ocultar las conclusiones predeterminadas de su
patética “Exhortación Apostólica”, Amoris Laetitia. En ella,
principalmente en el capítulo ocho, sus escritores fantasma utilizan una
ambigüedad astuta para abrir la puerta de la sagrada comunión de par en par para
los adúlteros públicos, reduciendo la ley natural que prohíbe el adulterio a una
mera “regla general” para la cual pueden haber excepciones en caso de personas
con “una gran dificultad para comprender «los valores inherentes a la norma» o
puede estar en condiciones concretas que no le permiten obrar de manera
diferente… (¶¶ 2, 301, 304)” Amoris es un intento transparente de
contrabandear una forma mitigada de ética casuística en asuntos de moralidad
sexual, como si así el error pudiera ser confinado.
Su evidente obsesión por legitimar la sagrada comunión para los adúlteros
públicos lo ha llevado a desafiar la enseñanza moral inmutable y la disciplina
sacramental de la Iglesia intrínsecamente relacionada con ella, afirmada por
sus dos predecesores
inmediatos. Dicha disciplina está basada en la enseñanza de Nuestro Señor
sobre la indisolubilidad del matrimonio así como también la enseñanza de san
Pablo sobre el castigo divino por la recepción indigna de la sagrada comunión.
Para citar a Juan Pablo II al respecto:
“La Iglesia, no obstante, fundándose en la Sagrada Escritura reafirma su
práxis de no admitir a la comunión eucarística a los divorciados que se casan
otra vez. Son ellos los que no pueden ser admitidos, dado que su estado y
situación de vida contradicen objetivamente la unión de amor entre Cristo y la
Iglesia, significada y actualizada en la Eucaristía. Hay además otro motivo
pastoral: si se admitieran estas personas a la Eucaristía, los fieles serían
inducidos a error y confusión acerca de la doctrina de la Iglesia sobre la
indisolubilidad del matrimonio.
La reconciliación en el sacramento de la penitencia —que les abriría el
camino al sacramento eucarístico— puede darse únicamente a los que,
arrepentidos de haber violado el signo de la Alianza y de la fidelidad a Cristo,
están sinceramente dispuestos a una forma de vida que no contradiga
la indisolubilidad del matrimonio. Esto lleva consigo concretamente que
cuando el hombre y la mujer, por motivos serios, —como, por ejemplo, la
educación de los hijos— no pueden cumplir la obligación de la separación,
«asumen el compromiso de vivir en plena continencia, o sea de abstenerse de
los actos propios de los esposos.” [Familiaris consortio, n. 84]
Usted ha ignorado las súplicas de sacerdotes, teólogos y filósofos de la
moral de todo el mundo, asociaciones católicas y periodistas, e incluso de
algunos valientes prelados en medio de una jerarquía silenciosa, de retractarse
o “clarificar” las ambigüedades tendenciosas y los errores de Amoris,
en particular los del capítulo ocho.
Un error moral grave aprobado ahora explícitamente
Y ahora, habiendo sobrepasado el uso retorcido de las ambigüedades, autorizó
explícitamente tras bambalinas lo que en público consintió ambiguamente. La
conspiración salió a la luz al filtrarse su carta
“confidencial” a los obispos de la región pastoral de Buenos Aires—lugar
donde, como arzobispo, ya había autorizado el sacrilegio masivo en las
villas.
En dicha carta usted elogia el
documento de los obispos sobre los “Criterios Básicos para la Aplicación del
Capítulo Ocho de Amoris Laetitia”—como si fuera un deber “aplicar” el
documento para producir un cambio en la disciplina sacramental de dos mil años
de Iglesia. Usted escribe: “es muy bueno y explícita cabalmente el sentido del
capítulo VIII de “Amoris laetitia”. No hay otras interpretaciones.” ¿Es
una coincidencia que este documento provenga de la misma archidiócesis donde,
hace tiempo como arzobispo, usted había autorizado la admisión de los adúlteros
públicos y los que conviven a la sagrada comunión?
Lo que antes sólo se sugería, ahora se tornó explícito, y quienes insistían
con que Amoris no cambia nada han quedado como tontos. El documento que
usted ahora elogia como única interpretación correcta
de Amoris, socava radicalmente la doctrina y la práctica de la Iglesia
que sus predecesores defendieron. En primer lugar, reduce a una “opción” el
mandato moral para los divorciados “vueltos a casar” de “vivir en plena
continencia, o sea de abstenerse de los actos propios de los esposos.” Según los
obispos de Buenos Aires—con su aprobación—es sencillamente
“posible plantear que hacen el esfuerzo de vivir en
continencia. Amoris Laetitia no ignora las dificultades de esta
opción.”
Tal como la Congregación para la Doctrina de la Fe declaró
de manera definitiva hace tan solo 18 años, durante el reinado del mismo Papa
que usted canonizó: “si el matrimonio precedente de unos fieles divorciados y
vueltos a casar era válido, en ninguna circunstancia su nueva unión
puede considerarse conformé al derecho; por tanto, por motivos intrínsecos,
es imposible que reciban los sacramentos. La conciencia de cada uno
está vinculada, sin excepción, a esta norma.” Esta es la enseñanza
inmutable de la Iglesia católica desde hace dos mil años.
Más aún, ningún sacerdote parroquial o incluso obispo tiene el poder de
honrar en el “foro interno” la afirmación de una persona viviendo en adulterio
que dice que según su “consciencia” su matrimonio sacramental era en realidad
inválido, porque como advirtió la CDF, “el matrimonio tiene esencialmente un
carácter público-eclesial y está regido por el principio fundamental nemo
iudex in propria causa («nadie es juez en causa propia»). Por eso, si unos
fíeles divorciados y vueltos a casar consideran que es inválido su matrimonio
anterior, están obligados a dirigirse al tribunal eclesiástico
competente, que deberá examinar objetivamente el problema y aplicar todas
las posibilidades jurídicas disponibles.”
Habiendo reducido a una opción una norma moral que no aceptaba excepciones,
enraizada en la revelación divina, los obispos de Buenos Aires, citando a
Amoris como única autoridad en 2000 años de enseñanzas en la Iglesia,
luego declaran: “En otras circunstancias más complejas, y cuando no se pudo
obtener una declaración de nulidad, la opción mencionada puede no ser de hecho
factible.” Una norma moral universal queda relegada a la categoría de
una mera guía a ser ignorada si el sacerdote local la considera “no factible”
bajo ciertas “circunstancias complejas” indefinidas. ¿Cuáles son exactamente
estas “circunstancias complejas” y qué tiene que ver la “complejidad” con las
normas morales que no contemplan excepciones y están fundadas en la
revelación?
Finalmente, los obispos llegan a la espantosa conclusión que usted había
planeado imponer sobre la Iglesia desde el comienzo del “viaje sinodal”:
No obstante, igualmente es posible un camino de discernimiento. Si
se llega a reconocer que, en un caso concreto, hay limitaciones que atenúan la
responsabilidad y la culpabilidad (cf. 301-302), particularmente cuando una
persona considere que caería en una ulterior falta dañando a los hijos de la
nueva unión, Amoris Laetítía abre la posibilidad del acceso a los
sacramentos de la Reconciliación y la Eucaristía (cf. notas 336 y 351).
Estos a su vez disponen a la persona a seguir madurando y creciendo con la
fuerza de la gracia.
Con su elogio y aprobación, los obispos de Buenos Aires declaran por primera
vez en la historia de la Iglesia que una indefinida clase de personas viviendo
en adulterio pueden ser absueltas y recibir la comunión si bien permanecen
en ese estado. Las consecuencias son catastróficas.
Por favor, oren por el Santo Padre. Será santo y será Santo Padre?
La Virgen ha advertido desde su elección: "Analicen todo lo que diga y observen todo lo que hace y con quienes se reúnen; pues él es Mi enemigo...Francisco es masón del O.T.O. y ha pronunciado muchísimas blasfemias, herejías y ha incurrido en actos abominables, predica un Evangelio distinto del de Jesucristo para inducir a los fieles a error y confusión...Francisco es siervo de Satanás y los rabinos de la Sinagoga Infernal"
(continuará).
[Traducido por Marilina Manteiga. Artículo
original.]
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